21 octubre 2009

La censura

Hay periodistas noveles que están rechazando prácticas en medios de comunicación porque no comparten la línea ideológica de la empresa, por defender más a Zutanito o a Pepito. No daba crédito hasta que les conocí esta semana. Me preguntaron por el origen de las trincheras mediáticas y expuse el razonamiento habitual, más bien una conclusión personal: trincheras hubo siempre, pero literalmente deberíamos haber salido de ellas hace 34 años.



Lo primero que hace un dictador es asesinar la verdad que le pone en evidencia. Así continúa Honduras cuatro meses después del golpe de Estado de Roberto Micheletti, bajo una dictadura encubierta. Cómo si no se explica el decreto que suspendía las garantías constitucionales, tales como la libertad de prensa. Nada de defender al presidente Manuel Zelaya, vaya.



Acaban de volver al aire los compañeros de Radio Globo, que han estado 'apagados' tres semanas, no así los profesionales de Cholusat Sur Televisión. Llevo un rato viendo vídeos, grabados este mes, de soldados armados hasta los dientes cargando en camiones micrófonos, mesas de mezclas y cables, confiscando material para que no puedan emitir ilegalmente. Hoy por hoy, la señal por internet de Cholusat Sur sigue apagada.

Moscas contra cañones, que por fortuna siguen zumbando. Mucho ánimo. Como siempre, sólo la verdad os hará libres.

japinero@puntoradio.com

01 octubre 2009

Náufragos, hoy

Me sumo a esa inmensa mayoría de españoles que lee más literatura, sobre todo, en verano (aunque estoy trabajando en ello para remediarlo). Me encanta la perspectiva de un buen libro, mis pies, la orilla, el mar y el cielo. Como considero una joya cada ejemplar de mi biblioteca, suelo llevarme un libro de bolsillo con la toalla y la crema protectora, para que me de menos reparo que las cubiertas acaben como el cartón de los churros.

Por mi estado anímico general, en agosto me llevé a la costa a otro náufrago universal, a Robinson Crusoe. Me encanta releer los clásicos de mi adolescencia, marcar las páginas con los párrafos que más me llaman la atención, lo que ahora ven mis ojos y no se instaló en mi memoria. La primera marca fue la siguiente. Firma Daniel Defoe.


Padang, Sumatra, hoy

Trabajaba detrás de la tienda, justamente a la entrada de la cueva, cuando me sobrecogí de espanto a causa de algo verdaderamente aterrador. De pronto, la tierra del techo de la cueva y del flanco de la montaña que tenía sobre mi cabeza se desplomó, y dos de los pilares que habían asegurado dentro de la cueva crujieron de manera estremecedora. Sentí un pánico terrible, al no conocer la verdadera causa del desastre, tan solo pensaba que el techo de mi cueva se caía, como había ocurrido antes. Temiendo quedar sepultado dentro, corrí hacia mi escalera pero como tampoco me sentía seguro haciendo esto, escalé el muro por miedo a que los trozos que se desprendían de la roca me cayeran encima.

No había pisado tierra firme cuando vi claramente que se trataba de un terrible terremoto porque el suelo sobre el que pisaba se movió tres veces en menos de ocho minutos, con tres sacudidas que habrían derribado el edificio más resistente que se hubiese construido sobre la faz de la tierra. Un gran trozo de la roca más próxima al mar, que se encontraba como a una milla de donde yo estaba, cayó con un estrépito como nunca había escuchado en mi vida. Me di cuenta también de que el mar se agitó violentamente y creo que las sacudidas eran más fuertes debajo del agua que en la tierra.

Como nunca había experimentado algo así, ni había hablado con nadie que lo hubiese hecho, estaba como muerto o pasmado y el movimiento de la tierra me afectaba el estómago como a quien han arrojado al mar. Mas el ruido de la roca al caer, me despertó, por así decirlo, y, sacándome del estupor en el que me encontraba me infundió terror y ya no podía pensar en otra cosa que en la colina que caía sobre mi tienda y sobre todas mis provisiones domésticas, cubriéndolas totalmente, lo cual me sumió en una profunda tristeza.

Después de la tercera sacudida no volví a sentir más y comencé a armarme de valor aunque aún no tenía las fuerzas para trepar por mi muro, pues temía quedar sepultado vivo. Así pues, me quedé sentado en el suelo, abatido y desconsolado, sin saber qué hacer. En todo este tiempo, no tuve el menor pensamiento religioso, nada que no fuese la habitual súplica: Señor, ten piedad de mí.


japinero@puntoradio.com