Porque era algo tarde pero había mucho tráfico, lo normal en estas fechas. Y ese coche ahí, detenido, con las luces apagadas menos los cuatro intermitentes. Ni atisbo de triángulos ni del interior, con tanto cristal empañado. No tuve más remedio que sumarme a la caravana que se quedaba clavada detrás y que tenía que esperar a que el carril de la izquierda se despejara para poder adelantar.
Extraño sitio para dejar el coche clavado bajo la lluvia, pensé, entre un colegio y un restaurante, ambos cerrados, y sin nada más alrededor que un parque desierto y calado. Motor apagado, porque nada salía del tuvo de escape. Igual había pasado algo malo, quién sabe.
Aunque no se deba hacer, no fui el único que aminoró la marcha cuando pasó a la altura del coche detenido casi al final de la calle, con las luces de emergencia encendidas, como guiñándome el ojo cuando me puse en paralelo. Durante no más de dos segundos contemplé una escena inesperada pero bien común.
Se trataba de una pareja besándose, fundida en un generoso abrazo.
Ante semejante cuadro mi cabeza gritó 'iros a un hotel', pero toda vez que fui acelerando, cuando les tuve como un cuadro en mi retrovisor, completamente ajenos al mundo en el punto más inoportuno de la avenida, sonreí. Cualquier lugar es válido para un calentón, no sé si éstos llegaron a mayores en el coche, pero quiero pensar aún mejor.
Quiero creer que fui testigo del feliz desenlace de una historia de amor. Quiero suponer que uno ignora el GPS, apaga el motor del coche, pone el freno de mano y se entrega a la mujer amada en cualquier punto de Madrid, así atasque media capital, porque así estaba escrito en su destino, por puro amor, al final de su calle, con los intermitentes de fiesta, a pocas horas del nuevo año.
Llamadme ingenuo, pero sinceramente siento que aquí había algo más que un 'aquí te pillo, aquí te mato'. Igual era una inocentada, pero ya había pasado con creces la medianoche del día 28. Deben ser las fechas, pero prefiero creerme este cuento de Navidad.
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