
Llegué a pensar que era un efecto secundario de los antibióticos. Los Reyes, negro incluido, me regalaron un bonito marrón, como un puercoespín instalado en el gaznate. Y, desde entonces, encerrado en casa por prescripción facultativa, lo vi todo blanco.
Miraba por la ventana y nevaba. Comenzaba el
Telediario y nevaba. Cambiaba de canal y nevaba. Antes de los deportes, más nieve. Apagaba la tele, encendía la radio y ahí también nevaba. Me conectaba a
Facebook y seguía nevando. Me llamaban por teléfono, me preguntaban por mi salud y, automáticamente, si había visto la nevada. Más nieve en las portadas, más nieve en las aceras, más cadenas, más esquíes, más sal, más nieve en las sábanas tendidas. ¡Vale, ha nevado en enero!
Porque una cosa es el servicio que prestamos los periodistas, el estado de las carreteras, las recomendaciones para utilizar el transporte público, las clases suspendidas, los vuelos cancelados por pistas heladas mientras se juegan partidos de fútbol sin problemas... y otra bien distinta es la exageración que congela hasta la neurona. Nevó en Madrid, capital de turno de la Presidencia Europea, dando más motivos para que nunca se celebren aquí los Juegos... de Invierno. Y, una vez más, si Madrid estornuda es que toda España está enferma.
No se dejen contagiar. Me creo que en Sevilla, que acoge la sartén de Andalucía en menos de medio año, llevara más de medio siglo sin nevar. Pero en Madrid, sea en la ciudad o en la sierra, caen copos todos los años. De hecho,
la imagen que ilustra este post es de archivo. Tiene exactamente un año, cuando la nieve se acumuló en la terraza. La de anoche ni cuajó. Debería existir una ley contra la memoria histérica.
japinero@puntoradio.com