Había llegado la hora de iniciar el último ritual de la jornada. La salida de la oficina era siempre carne de contraste, pero ahora el frío acondicionado era similar a la humedad del garaje. Se notaba que el verano estaba acabando porque al tomar la primera esquina el sol no estaba ahí el mes anterior. El resplandor era tan fuerte que daba la impresión de que la calle se había llenado de niebla ardiendo. En el túnel, no muy largo, sentía un punto blanco en los ojos al parpadear. Siguió su estela hasta la radio y la encendió. El programa local estaba cerrando con esta canción porque sí.
"Voy a revelar una historia que es
a veces mentira y otras no es verdad"
Apenas movía los labios. No se asomó ni el gallo. Seguía el ritmo con el índice derecho desde lo más alto del volante. El disco rojo detuvo el coche y una hilera de sombras alargadas empezó a cruzar la calle. Palpando, buscó las gafas de sol y no las encontró. En el recorrido de vuelta al volante subió el volumen de la radio. Invadido por el recuerdo, cerró los ojos y siguió aquel punto blanco grabado por el astro rey.
"…y pasó tanta gente por delante
que nadie me vio"
La primera vez que escuchó aquella melodía llevaba un par de años en el instituto. Era una de tantas que sonaban en los auriculares y llenaban su cabeza de poesía mientras veía amanecer a través de los cristales empañados. Estaba sonando cuando volvió a ver a la chica que siempre se subía en la misma parada. Carpeta en pecho, ojos turquesa, mechón rebelde que se ajustaba tras la oreja, primera sonrisa. Empezó a poner la mochila a su lado para quitarla cuando la veía subir, para dejarle el sitio libre y viajar juntos aquellas cinco paradas.
"Me quedé sentado esperando la llegada
de la suerte, no podía tardar"
Risas sinceras con auriculares compartidos. Autobuses abarrotados con próxima parada que se convertían en íntimos, cercanos, infinitos. Inolvidables. Deseados. De los que te hacían bajarte en su parada esperando nada, sólo la ocasión de acompañarla hasta su casa para después retomar el viaje. El regalo de un minuto más. Fueron los 16. Sinceros, tímidos, estúpidos por no coger jamás su mano, con el corazón lleno de besos que nunca lo fueron y que ahora estallan en su cabeza como un claxon perpetuo…
…como un pitada monumental al coche detenido ante el disco con el semáforo en verde mucho antes de que acabara la canción, con la noticias sonando en la radio y un punto blanco difuminado en la mirada. El rostro que se asomaba en el retrovisor le estaba perdonando la vida. Metió primera y siguió el último ritual de la jornada pensando en las décadas que llevaba sin tomar el autobús de vuelta a casa.
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