04 septiembre 2014

Esperando nada, otra vez



Había llegado la hora de iniciar el último ritual de la jornada. La salida de la oficina era siempre carne de contraste, pero ahora el frío acondicionado era similar a la humedad del garaje. Se notaba que el verano estaba acabando porque al tomar la primera esquina el sol no estaba ahí el mes anterior. El resplandor era tan fuerte que daba la impresión de que la calle se había llenado de niebla ardiendo. En el túnel, no muy largo, sentía un punto blanco en los ojos al parpadear. Siguió su estela hasta la radio y la encendió. El programa local estaba cerrando con esta canción porque sí.


"Voy a revelar una historia que es
a veces mentira y otras no es verdad"

Apenas movía los labios. No se asomó ni el gallo. Seguía el ritmo con el índice derecho desde lo más alto del volante. El disco rojo detuvo el coche y una hilera de sombras alargadas empezó a cruzar la calle. Palpando, buscó las gafas de sol y no las encontró. En el recorrido de vuelta al volante subió el volumen de la radio. Invadido por el recuerdo, cerró los ojos y siguió aquel punto blanco grabado por el astro rey.


"…y pasó tanta gente por delante
que nadie me vio"

La primera vez que escuchó aquella melodía llevaba un par de años en el instituto. Era una de tantas que sonaban en los auriculares y llenaban su cabeza de poesía mientras veía amanecer a través de los cristales empañados. Estaba sonando cuando volvió a ver a la chica que siempre se subía en la misma parada. Carpeta en pecho, ojos turquesa, mechón rebelde que se ajustaba tras la oreja, primera sonrisa. Empezó a poner la mochila a su lado para quitarla cuando la veía subir, para dejarle el sitio libre y viajar juntos aquellas cinco paradas.


"Me quedé sentado esperando la llegada
de la suerte, no podía tardar"

Risas sinceras con auriculares compartidos. Autobuses abarrotados con próxima parada que se convertían en íntimos, cercanos, infinitos. Inolvidables. Deseados. De los que te hacían bajarte en su parada esperando nada, sólo la ocasión de acompañarla hasta su casa para después retomar el viaje. El regalo de un minuto más. Fueron los 16. Sinceros, tímidos, estúpidos por no coger jamás su mano, con el corazón lleno de besos que nunca lo fueron y que ahora estallan en su cabeza como un claxon perpetuo…

…como un pitada monumental al coche detenido ante el disco con el semáforo en verde mucho antes de que acabara la canción, con la noticias sonando en la radio y un punto blanco difuminado en la mirada. El rostro que se asomaba en el retrovisor le estaba perdonando la vida. Metió primera y siguió el último ritual de la jornada pensando en las décadas que llevaba sin tomar el autobús de vuelta a casa.

@radioactivo_es

03 septiembre 2014

Silencios de oro


Para leer la entrevista completa, pincha aquí

De Fernando Rueda (Fer en adelante) aprendí una técnica básica para entrevistar que me recordó a la aplicada por Iñaki Gabilondo en televisión. Es de sentido común, pero su puesta en práctica no es tan fácil ni evidente. Consiste en mirar constantemente a los ojos del interlocutor, como si no hubiera nadie más en el mundo, siguiendo permanentemente la conversación, repreguntando sobre lo que se está hablando. 

También sirve para ligar con la chica que te gusta, lo de mirar a los ojos y como mucho a las manos, pero esto lo amplío otro día. Así ha conseguido Fer fuentes fiables y grandes exclusivas a lo largo de su carrera. Mujeres no sé, es así de discreto.

En una ocasión, en una de sus inolvidables clases de Periodismo de investigación en la universidad, nos contó que había quedado con un sujeto para comer y que éste empezó a cantar un montón de información interesantísima desde el primer plato: muchos números, nombres, lugares... y el bueno de Fer si una mala libreta, boli o lápiz que llevarse a la manos. Ni hablar de una grabadora, cuya presencia pudiera ser descubierta por algún motivo y reventara el clima. Todo de cabeza al coco. Fer moviendo el bigote y mirando a los ojos, haciendo esfuerzos para recordarlo todo. 

De la necesidad, virtud. Tenía que hacer algo. Fer ideó que estaba mal del estómago y fingió unas necesidades intestinales reiteradas para ir al baño cada vez que la memoria empezaba a no dar más de sí. Toda vez en el aseo, lo apuntaba todo donde podía: en servilletas de papel de la barra, en un sobre que tenía en la chaqueta, en el papel higiénico... 

Si esta fue una de las anécdotas que nos contó, de las que se pueden publicar, a saber qué habrá hecho. Fue lo primero que pensé cuando leí el domingo que había entrevistado a El Lobo. Es más, el texto es un reclamo de su último libro. Con los años, este juntaletras radiofónico aprendió que, en ocasiones, el periodista vale más por lo que calla que por lo cuenta. Hay que leer entrelíneas porque, en el caso de Fer, hay silencios de oro.

@radioactivo_es

02 septiembre 2014

El síndrome posvacacional


¡Lo he conseguido!

He superado el síndrome posvacacional.

He superado el primer día de septiembre.

He superado la hora punta.

He superado el bronceado de mis compañeros.

He superado selfies y piestureos.

He superado los 2.476 correos electrónicos sin leer.

He superado la sequía de mis plantas.

He superado mi muro de Facebook.

He superado el descubrimiento de este rincón leyendo mi muro de Facebook.



He superado descubrir que hay una playa en Asturias que se llama Gulpiyuri.

He superado saber que se trata de una pequeña playa situada tierra adentro, a unos 100 metros de la costa.

He superado que sea una orilla de arena fina, considerada monumento natural.

He superado que aún faltan 11 meses para el próximo verano.

Lo he conseguido.

He superado el síndrome posvacacional.

Mierda.

@radioactivo_es

01 septiembre 2014

¡No dispare!


Viñeta de Jon Kudelka para The Australian, publicada el 18 de noviembre de 2004.
Nada ha cambiado desde entonces

Este verano, desde mi orilla, el descanso me despertó. Me golpeó la cruda realidad. Me di de bruces contra la portada, contra el siguiente paso a vídeo, contra la imagen oculta del tuit. La pesadilla era real y novelada: viejas heridas, túneles malditos, toques de queda, cohetes de ida y vuelta, cuerpos desmembrados, fosas comunes, lágrimas de sangre, puños en alto. 

Escombros. Gritos. Campos de refugiados. Toques de queda, de los de que se quedan contigo porque siguen tirando a dar. Gaza. Irak. Ucrania. Etcétera. Mi corazón se partió en dos, entre los que mataban y los que se dejaban la vida, entre Pajares y Foley, entre el anonimato y el olvido, entre el ruido del cañón y el poder de la pluma.

Sirva este post como aplauso sincero a todos y cada uno de los periodistas, colaboradores, reporteros gráficos y traductores que (nos) siguen informando en las peores condiciones posibles, con los medios diezmados por la crisis, y bajo amenazas de alta traición y muerte por contar la verdad, por describir conductas humanas en 2014 que más se parecen a las de 1420.

Tampoco disparen a este juntaletras. Mi mayor pecado fue abrir el periódico y despertar en plenas vacaciones soltando un grito ahogado. Como si me hubieran echado por encima un cubo de agua helada.

@radioactivo_es